Desde el comienzo de la civilización, el hombre se vio obligado a luchar para defenderse de los peligros, incluso como medio de subsistencia, pero esta lucha tenía un carácter personal. Ante el desarrollo de la sociedad, surgieron agrupaciones humanas y el sesgo individual de las disputas dio lugar a conflictos colectivos, mientras que una ofensa contra un miembro del grupo afectó a los demás, que a su vez fueron reprimidos, colectivamente1 . En un nuevo contexto en el que la sociedad asume un papel organizado, los desacuerdos se vuelven incómodos, sobre todo por la diferencia en la forma de pensar de cada individuo, que se acrecienta ante los diversos intereses humanos, sufriendo, por tanto, de resolución, lo que da lugar a disputas, conflictos, que se presentan como algo casi inevitable.